Sólo la muerte encontró
a Heráclito el ermitaño,
quien de sus males decía
que cambiaban de tamaño.
No sabía que vendría.
De entre todos sus amigos,
soledad y compañía
no esperaba en unos siglos.
Se encontraron frente a frente.
El oscuro la admiraba.
La pensaba diferente.
No la creía jorobada.
-Dime tú si es que lo sabes…
-dijo Heráclito a la muerte-.
¿Eres capaz de secar
la humedad de mis pesares?
Ella se acercó al oscuro.
Se miraron mutuamente.
Recargada desde el muro,
la muerte habló de repente:
-Yo soy la cura de todo
lo que tú puedas sentir.
La cama fresca de lodo
en donde irás a dormir…
¿Sabes? te he estado esperando,
¿me has esperado tú a mí?
Siempre te he estado buscando
¿no me habías visto venir?
Ella seguía cantando
la canción de los lamentos,
contando, hilando y rezando
la expiación de los portentos.
Él, en cambio…
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